CRITICAS
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Sherlock Holmes en Nueva York (1976)

por en 22 mayo 2020
FICHA TÉCNICA
 
TÍTULO ORIGINAL:

Sherlock Holmes in New York

PAÍS:

Estados Unidos

DURACIÓN:

93 minutos

 

Antes de que Guy Ritchie “reinventara” a Sherlock Holmes y de que Jose Luis Garci lo enterrara en mierda, Sherlock Holmes ya había tenido multitud de adaptaciones a la pantalla, siendo seguramente las protagonizadas por Grand Moff Tarkin las más famosas y recordadas. Aunque los de mi generación (aparento 12 años pero tengo bastantes más), quizás recordemos con especial cariño por encima del resto aquella versión producida por Spielberg titulada “El secreto de la pirámide” (1985), en la que unos Holmes y Watson adolescentes empezaban ya a dar por culo con sus investigaciones a golpe de lupa en la escuela. Pero si me limito a nombrar sólo estas obras, quedo como un paleto, puesto que Sherlock Holmes es sin lugar a dudas el personaje de ficción más veces adaptado al cine de la historia, con mas de 260 películas según Wikipedia.

De hecho, desde que a algún productor pesetero se le ocurrió adaptar al detective de la gorra y la pipa a la pantalla por primera vez (y esto fue en 1903 nada menos, en una peli muda dirigida por un tal Arthur Marvin), no ha habido una sola década hasta la actualidad que no contara con dos o tres películas/ secuelas/ reinvenciones/ parodias porno de Sherlock Holmes. Y en pleno apogeo de las de Peter Cushing se llegaron a filmar hasta tres por año; se quedaron a gusto los cabrones. Y eso sin hablar de las diversas series de televisión, entre la que se encuentra aquella de dibujos con un Sherlock Holmes perruno, que todos vimos en la infancia. Si Arthur Conan Doyle viviera en la actualidad y cobrara los derechos de autor correspondientes a todas esas adaptaciones a la vez y en metálico, la montaña de dinero habría hundido el suelo y creado una falla que llegaría hasta el centro de la tierra matándonos a todos al partir el planeta en dos por el peso.

Lo de las parodias porno no iba en broma no… atentos a la portada de la derecha (totalmente real lo juro)

Y entre todo este inmenso océano de adaptaciones de Sherlock Holmes de las cuales más de una y de dos y de tres, que no he visto, seguro que son buenas bazofias, hoy voy a hablaros de una que, bueno, no es que sea una puta mierda, pero se podría decir que sus responsables supieron captar a la perfección el sentido de la palabra cutre. Antes de continuar lo aviso, Sherlock Holmes me la trae bastante al pairo, no me he leído una puta novela suya en mi vida y he visto muy pocas películas de la serie.  Seguramente los fans del personaje captarán en las descripciones de escenas que hago en el reportaje y en los vídeos y fotos, referencias que a mí se me escapan por completo y me darán de hostias pardas en los comentarios por ser un inculto y un endogámico de mierda; y son perfectamente libres de hacerlo. Yo me he limitado a analizar la película en sí, y no cómo de fiel es a las novelas de Sherlock Holmes, y por fiel que sea, su cutrez es innegable.

En 1976, Roger Moore tenía trabajo, qué cojones, estaba en su salsa, era el puto amo, ¡era James Bond, joder! Entre dos películas de la saga 007 (“El hombre de los tres pezones” y “La espía que me beneficié”) y entre dos o tres truñetes de serie B que nadie recuerda, a Moore le proponen protagonizar “Sherlock Holmes en Nueva York”, un telefilme de cuatro duros que el actor londinense, con el criterio que le caracteriza, ni dudó en aceptar.

Aprended del maestro: una mano en la pistola y la otra en el muslamen de la nenita. 

Dirigida por Boris Sagal (realizador curtido en series, telefilmes y series B diversas de los 60 y 70, entre las que destaca “El último hombre vivo”), “Sherlock Holmes en Nueva York”  es bastante rancia  y caduca, y acusa una falta de presupuesto alarmante, pues más que en los 70 parece haber sido filmada en los 60, con una fotografía de plató televisivo anticuadísima para la época, que incluso la serie de Batman del 66 se pasa por el culo con gran orgullo.

Además, las artimañas para ahorrarse presupuesto son tan flagrantes que parece que se regodeen en ello abiertamente, llegando a repetir decorados o dejando que las escenas que requerirían una cierta cantidad de medios o de figurantes sean explicadas verbalmente por Sherlock Holmes, convirtiendo el visionado de la película en una especie de acto de fe, donde en cualquier momento esperas que entren un par de camilleros y le pongan la camisa de fuerza a Roger Moore y se lo lleven a rastras, explicando a la gente que es un loco se ha escapado del manicomio que se cree Sherlock Holmes y que va aburriendo a la gente con las deducciones de delitos que él cree reales pero que no han ocurrido nunca; o bien que se descubra que lo que fuma en su descomunal pipa es de todo menos tabaco. Y es que si Sherlock Holmes es legendario por sus archiconocidas dotes deductivas, aquí convierten dichas dotes en la pirula de guion definitiva. Deduce tanto y tan perfectamente aquí el detective, que ni se molestan en filmar las escenas ¿para qué, si ya te las cuenta él de cabo a rabo?

Mmmmh… esos fundidos encadenados no sé de qué me suenan…

No es casual que haya mencionado antes la serie de Batman de los 60, pues uno no puede evitar acordarse de las lorzas de Adam West mientras explica en delirante monólogo los planes del Joker o el Enigma, al escuchar las interminables peroratas de Roger Moore, deduciendo de carrerilla las maquinaciones de Moriarty y casi el guion completo de la película si le dejan mientras mira al techo y da cuatro pasos por la habitación en la que se encuentra con el ceño fruncido. Sólo falta oír de fondo un “¡por todos los monóculos!” para rematar el despolle.

Más abajo, cuando empiece a destripar la película veréis algunos ejemplos. Primero vamos con el reparto de esta joya:

Además de Roger Moore, que en esta película sin duda agradeció llevar capa, gabardina, gorra, chubasquero, polainas, leotardos, mono anti-radiación y demás prendas para ocultar sus arrugas y michelines (que los maquilladores de las películas de James Bond se encargaban de tapar a base de argamasa y almidón en faraónicos turnos de trabajo de 40 horas, y es que ¿dónde vas con cincuenta años ejerciendo de macho y liándote a hostias con Richard Kiel?); tenemos a otras “estrellas” en el reparto, ya por exceso de facturas o carencia de dignidad.

“Pero tanta ropa no, cabrones, que no puedo ni girar la cabeza…”

A Moriarty lo encarna un John Huston bastante decrépito y hundido en la miseria, que no deja de gruñir mientras farfulla “¡Holmes!” cada vez que el detective le jode los planes. Lo más curioso es que es él quien le hace venir hasta Nueva York para vacilarle y demostrarle que es un criminal de la hostia. Dicen las malas lenguas que este papel le fue ofrecido por Roger Moore en persona a Oliver Reed, que decidió pasar olímpicamente. Bien hecho…

“¡Hohmes, me das pagahás cabhón!…uh mieddha, he me ha caído la dedtaduda pohtiha otdha ez…” 

Como Watson tenemos a Patrick Macnee, actor inglés ya por entonces veterano, que luce su mostacho con dignidad y que más o menos salva la papeleta. Al parecer le cogió el gustillo al personaje y ya en los 90 lo volvió a encarnar en un par de miniseries televisivas más.

Coño, ¿cómo no voy a repetir si me pagan una pasta por estar aquí apoltronado?

Charlotte Rampling con su cara de pantera sexual es Irene Adler, la “amiga-amor platónico-coartada ante las acusaciones de homosexualidad” de Sherlock Holmes y la dama en apuros y algo tontita (tonta del culo más bien) de turno, sin la cual no habría película, claro está.


Y por último tengo que mencionar a Scott Adler, el hijo de Irene, encarnado nada menos que por Geoffrey Moore, el hijo de Roger Moore, enchufado junto a su papaíto, como está mandado.

“¿Cómo? ¿Que como soy menor de edad el cheque lo cobra mi padre?”

Salen también un par de agentes de policía, dos esbirros de Moriarty (de los doscientos que nombran) y diez o doce personas repetidas que andan por la calle.

Nada más poner los pies en el puerto de Nueva York, una puta ofrece sus servicios a los dos detectives. Sin duda la extra más memorable de la película (aunque la calidad de la foto es un poco mierdera, creo que podréis apreciar la cara de susto de Watson y la de interés de Holmes).

La película arranca con un apabullante cartel de texto que nos informa de que nos encontramos en los muelles Victoria de Londres, donde “el Doctor James Moriarty, amo del crimen londinense y emperador del crimen mundial, tiene su secreto e impenetrable cuartel general”.  Imaginándonos una especie de bunker subterráneo con maquinaria steampunk (palabra que me hace acordarme de bazofias como “Wild Wild West” y descojonarme vivo) y docenas de esbirros armados hasta los dientes con ametralladoras Gatling, nuestra sorpresa es mayúscula al descubrir que Moriarty es un viejo encorvado y artrítico con cara de limón agrio y adicción al bebercio que vive en un despacho pertrechado con muebles del rastro, con una puerta que da directamente a la calle y sin un mísero secuaz que le traiga el té de las cinco.

Pero las sorpresas no terminan aquí, Moriarty espera una visita a las 12 en punto. Un individuo que resulta ser nada menos que Sherlock Holmes disfrazado de otra persona (¿?).  En los siguientes minutos nos enteramos (a duras penas) de que Holmes acaba de desbaratar un plan de la hostia para matar a un fulano random (la persona de la cual va disfrazada) y que todos los secuaces de Moriarty están en el talego, pero “como ninguno de ellos ha implicado a Moriarty, tiene que dejarle escapar”.  Dicho esto, el detective se larga, aún después de que Moriarty le enseñe todas las trampas de su despacho (¿?) y le prometa que un día de estos va a cometer el crimen del siglo y que él no podrá hacer nada por impedirlo y se cagará por la pata abajo.

Días después, Holmes y Watson reciben una carta desde Estados Unidos enviada por la jamonísima Irene Adler, que en esos momentos se halla en esa ciudad protagonizando una obra de teatro. En el interior del sobre hay dos entradas para el teatro pero ¡ATENCIÓN! están ROTAS, lo que significa que Irene Adler CORRE PELIGRO y que los detectives deben partir para Nueva York inmediatamente (sí, amigos yo tampoco me entero de un carajo y eso que lo estoy escribiendo). En cuanto se reúnen con Irene, Holmes pone en marcha su cerebro birlibirloquesco para descubrir cuál es el terrible problema que acongoja a la señorita.  Aquí ya ni deduce, es que hasta adivina el estado de los muebles y las cortinas antes de acercarse a mirarlos:

Por lo visto Moriarty quiere cumplir su amenaza de “cometer el crimen del siglo” y restregárselo por las narices a Sherlock Holmes, así que secuestra al hijo de Irene Adler y amenaza con matarlo si Holmes ayuda a la policía a impedir el delito. A partir de aquí, el guion es de lo más chapucero, mareando la perdiz con lo del secuestro del churumbel, lo cual consiste en que Roger Moore deduce que al niño lo secuestró una amiga chantajeada por Moriarty y luego se aplica látex y dientes postizos (más aún) para disfrazarse y poder salir de casa de Irene para rescatar al mocoso.

“Joder, Rorschach lo hace y nadie se ríe de él”

Efectivamente, al cabo de poco un inspector de policía de Nueva York va al encuentro de Sherlock Holmes y le pide ayuda para resolver un terrible misterio. Alguien ha vaciado las cámaras subterráneas de La Bolsa Internacional de Oro, donde se guardan reservas de oro de cada nación del mundo para realizar transferencias sin los peligros de trasladar los lingotes de un país a otro. El robo de las reservas supone estar al borde de LA GUERRA MUNDIAL (¿por qué? si han robado a todos los países) pero Sherlock Holmes no pude acceder a la petición de ayuda de las autoridades mientras el niño siga secuestrado. En tres días se llevará a cabo una transferencia entre dos países y si para entonces no se ha recuperado el oro, se desatará el Apocalipsis. Nuestro amigo Sherlock está cogido por los huevos, y Moriarty se toma otro chupito de orujo para celebrarlo.

Afortunadamente Sherlock consigue localizar al mequetrefe en el cuchitril random donde lo tienen retenido y sedado con láudano para que no toque los cojones, rescatarlo y desbaratar los planes de Moriarty. ¿Cómo? Jamás lo adivinaríais: Mirando al techo del ascensor y deduciendo que en realidad el oro JAMÁS FUE ROBADO, que Moriarty hizo que sus DOSCIENTOS ESBIRROS se infiltraran en LAS OBRAS DEL METRO QUE PASAN JUSTO AL LADO DE LAS CÁMARAS ACORAZADAS , que CAVARAN UN TÚNEL PARALELO y construyeran UNA RÉPLICA EXACTA DE LAS CÁMARAS JUSTO ENCIMA DE LAS MISMAS. Luego pusieron unos topes en el fondo del hueco del ascensor PARA QUE NO LLEGARA HASTA ABAJO Y SE PARARA A LA ALTURA DE LAS CÁMARAS FALSAS que están vacías. Todo esto contado por el propio Holmes con cara de superdetective winner, sin que se vea una mierda.

“Y si me dais un minuto os digo el número de la seguridad social del tío que pintó el ascensor”. 

Pero Moriarty no se rinde y VUELVE A SECUESTRAR AL NIÑO con un plan acojonante. Manda una nota a Irene Adler firmada con el nombre de Sherlock Holmes para que ella y el niño se reúnan con él en una calle solitaria a altas horas de la noche. Irene por supuesto no sospecha nada (¿cómo va a sospechar? Si el papel viene firmado por SHERLOCK HOLMES), acude al encuentro y le vuelven a raptar al crío.

Mientras tanto, el inspector de policía informa a Holmes de que han encontrado el almacén donde se ocultaban los hombres de Moriarty, que han detenido a CINCUENTA DE SUS HOMBRES  (¿Eh? ¿no eran doscientos?) que por supuesto JAMÁS LLEGAN A VERSE, pero que Moriarty ha logrado escaparse (lo que nos hace pensar que si un viejo jorobado ha conseguido huir, los cincuenta esbirros deben ser tetrapléjicos, sordos y ciegos como mínimo para que los hayan pillado). Sherlock rápidamente sospecha que algo terrible ha sucedido y corre raudo a casa de Irene Adler, donde descubre que les han vuelto a pispar al niño.

Bueno, sordos y tetrapléjicos no, pero en la flor de la vida tampoco es que estén…

Al final Sherlock, Watson, la poli y toda la panda llegan a la nueva guarida supersecreta de Moriarty tras una persecución de coches de caballos bastante conseguida. Holmes, para hacerse el macho y el 007 les dice a los demás que se queden fuera, que ha de entrar él solo. Cuando irrumpe en la nueva guarida secreta de Moriarty, descubrimos que el villano siente pasión por su mugriento hogar, así que construye RÉPLICAS EXACTAS de su cubil de los muelles Victoria allá donde va.

Réplicas pero exactas, exactas de la hostia, el tío copia hasta la pared del callejón de enfrente…

Por supuesto como es el mismo puto decorado roñoso utilizado dos veces una réplica exacta, las trampas que oculta son las mismas y como Moriarty es tan genio que se las explicó al dedillo a Sherlock al principio de la peli, éste no tiene el menor problema para esquivárselas. Así que al emperador de la imbecilidad del crimen mundial no le queda más remedio que liarse a navajazos con su antagonista, en un duelo de achaques en el que al doble de John Huston sólo le falta llevar un gorro de cascabeles para acabar de dar el cante. Atentos a cómo Roger Moore en determinado momento, literalmente AGARRA A JOHN HUSTON PARA ECHÁRSELO ENCIMA y cómo al final de la pelea SE TIRA ÉL SOLITO POR LA TRAMPILLA:

Al final, Moriarty se zafa de su perseguidor y huye por un pasillo. Cuando los agentes de policía entran en tropel y se lanzan a perseguirlo para entrullarlo, Holmes les detiene diciéndoles que a Moriarty le espera al final del túnel una lancha con la que antes de una hora ya estará fuera de la jurisdicción de la policía neoyorquina. Es inútil darle caza, cursar una orden de arresto o informar a la autoridades de otros estado o países de que un criminal que ronda los 70 años en una lancha (de 1901), culpable de secuestro, extorsión e intento de asesinato está a la fuga, puesto que jamás lo alcanzarán y a estas horas ya estará en otra guarida supersecreta maquinando nuevos planes. Otra vez será.

Mas bien planeará su próximo crimen desde un asilo súper secreto. 

La película concluye con una escena romántico-pastelera donde Irene Adler y Sherlock Holmes se lamentan de no poder estar juntos por sus muy diferentes estilos de vida y en la que se medio revela que ella tuvo una relación sadomasoquista con un ex-oficial  de campo de concentración nazi  el pequeño Scott Adler es hijo de Holmes pues “siente gran afición por la música y por resolver problemas”. Fin. 

“¿Pisar Cristal? Joder, qué fuerte…”

“Sherlock Holmes en Nueva York” es otro choto más en la carrera de Roger Moore y una pequeña manchita marrón en la trayectoria de adaptaciones del detective de Baker Street (y las hay muchísimo peores, desde luego), que no obstante, con toda su cara dura y su tufillo camp resulta entretenida de ver y provoca alguna carcajada que otra. Si un día estáis en casa sin poder levantaros del sofá por una fractura triple de cadera, tenéis sintonizado en la tele el canal donde la emiten, y no podéis cambiarlo porque justo se le acaban las pilas al mando en ese momento, no es necesario que recurráis al suicidio, la podéis ver sin problemas.

“Sólo pensad que salgo yo”.

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